La sombra de las «Cincuenta sombras de Grey»

Si no le pidieron el paquete con las esposas y el antifaz, usted no ha trabajado en una librería.

Si no le pidieron el paquete con las esposas y el antifaz, usted no ha trabajado en una librería.

Una pareja se acercó al mostrador de la librería; con tono misterioso, la mujer, una rubia de no más de veinticinco años, me dijo:

— ¿Tiene “Cincuenta sombras de Grey”?

Expliqué que solo me quedaba un ejemplar reservado para una cajera del Banco del Pacífico.

— ¡No importa! Lo que queremos es revisarlo, nada más, ¿se puede? Un ratiiiito…

Les entregué el libro y ambos se sentaron en el sillón de cuero rojo que se encuentra tras de la sección de autoayuda. Al poco, las carcajadas y los cuchicheos inundaban la tienda.

Yo, disimuladamente, me puse a escuchar su conversación:

— ¡Ja, ja, ja! ¿Te das cuenta de las pendejadas que lee tu mamá, mi amor? ¡Ja, ja, ja! ¡Cochinota! – decía ella mientras el muchacho, rojo como un tomate y sin dejar de sonreír, se tapaba los ojos tratando de no ver una realidad con la cara de su madre amarrada a un potro de torturas, esperando los azotes de Christian Grey en las nalgas.

Lo cierto es que más allá de las brillantes y siempre productivas discusiones sobre el valor cultural de este “best – seller”, lo cierto es que se trata de un fenómeno que ha impactado a una generación, la misma que pasó de no leer ni el periódico a devorar tres libros de seiscientas páginas con una avidez propia de un famélico, quien, después de no comer por semanas, encuentra un plato de macarrones con queso.

Las “Cincuenta sombras de Grey” para unos es maltrato hacia la mujer; para otros, una promesa de placeres secretos, basura, un tabú que hay que romper, romance o cursilería, pero la autora, E. L. James – un ama de casa nacida hace más de cincuenta años –, seguramente ve la trilogía con los mismos ojos con los que Pizarro contempló el cuarto lleno de oro entregado por Atahualpa.

Yo, por otro lado, al pensar en “Las sombras” recuerdo que justo cuando llegaron a Ecuador, empecé a trabajar en una librería y un buen porcentaje de los dodos literarios que he visto están relacionados con míster Grey y su esclava.

Sí, el escenario era algo así...

Sí, el escenario era algo así…

Cierta mañana, mientras me afanaba en el utilísimo trabajo de enfundar libros, un grupo de adolescentes disfrazados de personajes de cómic japonés entraron en la tienda; eran tres chicos, dos hombres y una mujer. Ella sostenía – literalmente – con una cadena a su novio, se acercaron al mostrador donde yo destruía la naturaleza con plástico y me preguntaron por una serie de “mangas” de cuyos nombres solo recuerdo que terminaban en “okoto” o “inata”. Luego del interrogatorio, la que llevaba al “perrito” – de metro ochenta de estatura – me dijo:

— ¿Y el paquete completo de las “Cincuenta sombras de Grey” cuánto cuesta?  Dicen que viene con un cuarto libro que cuenta la versión de la chica

Otro día, una seguidora de míster Grey me atrapó colgado de una lámpara cambiando un foco.

— Verá: no es para mí… O sea, una amiga me mandó a preguntar… O sea… A ver: ¿cuántos años debo, ejem… debe tener para comprar el libro? ¿Se puede con doce? ¿Le dije que era para una amiga, no?

Kamasutra de Grey

Sí, realmente existe «El kamasutra de Grey» y es casi tan aburrido como el libro que lo inspiró.

Y eso por no hablar de la ocasión en la que cuatro colegialas me acorralaron contra el estante de libros de Osho preguntándome si había leído “El kamasutra de Grey” y si creía que una chica aún virgen podría utilizarlo con su novio en la “primera vez”.

La leyenda dice que muchos libreros murieron aplastados cuando amas de casa desesperadas acudían como una manada de ñus a las tiendas para destruir los estantes en su desesperada búsqueda de las tangas de míster Grey; mientras que en la internet se publicaban anuncios solicitando sombríos príncipes grises que pudieran suplir la falta de carne en el nuevo héroe de papel.

La señora James utiliza esposas para frenar los ataques epilépticos que se producen en sus lectores por el exceso de azúcar que llega a sus cerebros.

La señora James utiliza esposas para frenar los ataques epilépticos que se producen en sus lectores por el exceso de azúcar que llega a sus cerebros.

Imagino que en poco tiempo, todos – excepto los “hipsters” y las feministas que todavía tienen aproximadamente unos quince millones de años para seguir quejándose del machismo y de la futilidad del libro – olvidaremos al azotador de E. L. James, pero lo que nunca pasará de moda será el sonrojo de las cajeras de supermercado que pedían el libro con voz casi inaudible, como si se tratase de una ametralladora en un vuelo a Nueva York o las adolescentes que luego de preguntar por lo menos doce títulos diferentes, se atrevían a solicitar un descuento por la trilogía entera o los tipos que siempre se veían en la necesidad de aclarar que el libro era “para una amiga” o, por último, las chicas que no estaban interesadas en las “Cincuenta sombras de Grey”, sino solo en “Filthy Shades of Grey”…

Yo no pasé de la página cincuenta y seis. Me aburrió. Jamás fui adepto a Corín Tellado ni a sus émulos – voluntarios o involuntarios –, además me parece un crimen gastar sesenta dólares en “softporn” cuando puedo conseguir “hardcore porn” en la internet sin pagar un centavo.

Por suerte, siempre tendremos a Sasha Grey

El «trailer» de la adaptación cinematográfica de «Cincuenta sombras de Grey».

3 comentarios en “La sombra de las «Cincuenta sombras de Grey»

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