Cuervos

Llevaba varios meses sin probar alcohol, pero aquellas semanas habían sido duras: delirios, ruptura de su compromiso matrimonial, enfermedades.

El gordo entró en la taberna cuando él ingería su tercer vaso de bourbon. El recién llegado, sentándose a su lado, le preguntó su nombre y al escucharlo, dijo que era un admirador de SU OBRA (subrayaba las palabras) y le estrechó la mano varias veces mientras se deshacía en elogios y sonrisas.

Empezaron a desfilar los vasos y luego las botellas hasta que el admirado casi no lograba mantenerse en pie. Entonces el admirador hizo desaparecer su borrachera mágicamente y abrazando al ebrio lo sacó de la taberna.

Fueron en coche hasta un centro electoral. Allí, el ebrio estampó una raya y su rúbrica. Luego, fueron a otro centro y después a otro y otro más, votando siempre por el mismo candidato…

El cielo estaba oscuro cuando el obeso abandonó al borracho tras una taberna de la ciudad de Baltimore.

Al encontrarlo, nadie fue capaz de precisar cuánto tiempo había permanecido en esa calle.

A instancias de cierto amigo lo trasladaron al hospital. Agonizaba.

En sus delirios repetía el nombre de una tía y la palabra “cuervo”.

— Es que es poeta – repetía el amigo como justificándolo.

Murió un domingo 7. En los periódicos, las esquelas lo tildaban de borracho, opiómano, depravado y solo de vez en cuando mencionaban a su “Arthur Gordon Pym” y a su “Eureka”.

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Poe dijo: «nevermore!» Fuente: «Una casa de palabras«.

El doctor que lo atendió dijo a los periodistas que antes de morir había hablado de “cielos arqueados” y “decretos celestiales”, pero lo más seguro es que Edgar Allan Poe optó por el silencio.

Algunos días después, un tal Griswold publicó una crítica terrible sobre la obra y el hombre recién fallecido.

Hubo revuelo, luego olvido: hoy nadie recuerda a Griswold ni al político al que Poe favoreció varias veces con su voto.

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